
Llegó un niño nuevo a la calle. Casi no habla ni tiene amigos, sólo yo. Viene con un gato blanco, muy flaco, con patitas negras.
—Mi gato es el más gato de todos los gatos — dice.
—¿Por qué? —le pregunto.
—Porque Michi, que así se llama, no busca ratones, busca los tiempos que pierden las personas. Encuentra muchos ratos de mi madre junto a la televisión donde ve sus telenovelas y otros de papá en el sillón grande donde duerme en las tardes. Michi se los devuelve por la noche, en sus camas, para que los vuelvan a usar, pero ellos, los vuelven a perder en el mismo lugar todos los días.
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—Un día le pedí a Michi que buscara mis tiempos perdidos, —me dijo El Nuevo—, buscó en el escondite del closet, en el patio que tiene el hoyo de jugar canicas, en la mesa de la tarea y no encontró nada. Me enojé mucho con él y lo encerré en el baño. Ahí tampoco encontró nada. Por la noche soñé que me dijo “Los niños, juegan y duermen, nunca pierden el tiempo”.
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Cuando pasó navidad, El Nuevo y sus papás se fueron sin que me enterara. Por la mañana encontré a Michi en el patio de jugar canicas. Lo llevé a casa. Empezó a husmear por todos lados. De inmediato halló montones de tiempos de papá, de mamá y de Juanita la chacha, Me los trajo y los guardé detrás de la pileta. Eran tantos qué acomodar, que se hizo tarde. Mamá salió a buscarme y me dijo “Ven hacer la tarea, no pierdas tiempo”. Sonreí y no dije nada.
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Al paso de los meses los tiempos llenaron todo el patio, nadie los podía ver ni tocar aunque pasaran entre ellos, solo el gato y yo. Los ratones pasaban entre ellos libres y contentos pues Michi no les hacía caso, sólo encontraba tiempos, todo el tiempo, muy a tiempo y no importaba como estuviera el tiempo.
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En la casa de enfrente vive Áurea, una niña güera muy bonita. A ella le gusta mi voz que ha engrosado. Yo la observo desde la ventana del comedor donde hago la tarea todas las tardes. Bajo esa ventana Michi encontró un gran tiempo mío, me lo entregó y de inmediato salió corriendo al patio. Cuando lo alcancé jugaba lanzando una pelotita gris de un lado a otro. Al acercarme, vi que en realidad era un ratoncito con el que jugaba. Lo lanzaba, saltaba sobre él… Así estuvo gran rato hasta que se lo comió.
Desde entonces Michi no ha vuelto a encontrar tiempos, pero sigue siendo el más gato entre los gatos.
©alfonsopedraza
Texto seleccionado para la Antología «ECOS DEL NIDO»
Por Camelia Rosio Moreno y el Consejo Ciudadano de Arte y Cultura de Acámbaro.
México, Marzo – 2015